05 junio 2008

La Buena Pipa y las tarjetas de crédito

En el sueño yo estaba descalza, en el medio de una ruta vacía. Como toda manifestación onírica, el ridículo me embargaba al punto tal que me encontraba enfundada en un camisón rosa (yo no uso jamás camisón y menos rosa) que tenía dibujado por todas partes al amiguito de Winnie Pooh, una especie de híbrido de chancho y conejo que se llama Piglet y que es rosaaaaa. Sólo por este motivo ya el sueño adquiría el matiz de pesadilla y esperaba ver a Freddy Krugger con sus manitos afiladas asomando por algún resto del pastizal pampeano que impregnaba la geografía por la que me encontraba vagando. Nunca soñar con un Spa y treinta personas peleándose por hacerme masajes o vegetar simplemente en el agua tibia de la sesión de aromaterapia; no, eso queda para otros privilegiados cuyo cerebro, cuando duermen, abandona las restricciones que tenemos los mortales de este lado de los sueños. El mío es un condenado bufón que se me caga de risa apenas cierro los ojos. Bueno, estaba descalza, en camisón rosa (con el chanchiconejo de Winnie Pooh incluido) hasta que de pronto comenzaba a escuchar un galope atronador y detrás de una loma (mis sueños son casi biomas completos) aparecía una tarjeta de crédito de colores estridentes con mi nombre grabado en dorado en el frente. El plástico se movía sigilosa pero firmemente en la dirección en la que yo estaba. Era casi de mi tamaño (que en la vida real no será mucho para la humanidad, pero para una tarjeta de crédito era suficiente como para asustar a cualquiera) y me llamaba. Como una letanía repetía: “Sin gastos de renovación, sin gastos de renovación”; cuando me estaba por alcanzar, me desperté. Lo primero que miré fue que no tuviera el camisón rosa con el engendro estampado por todas partes; me tranquilizó ver que, como siempre, dormía con el jogging azul viejo y la remera roja con la cara del Che que mamá me trajo de Cuba hace diez años. El televisor seguía prendido y en el canal en el que había quedado había un nabo con acento de locutor de circo que vendía una plancha a vapor y comentaba con una sonrisa pegada en la cara las bondades del producto y los beneficios de adquirirla YA. Apagué la tele y me dormí. Morfeo (el único hombre con el que duermo…porque no existe) me recibió gustoso entre sus brazos fuertes de dios olímpico y a la mañana siguiente no tenía noticias ni de la tarjeta de crédito gigante ni del nabo de la plancha ni mucho menos del camisón rosa; Piglet brillaba por su ausencia. Un destino británico y pirata me ha obligado últimamente a tener tiempo libre y me dedico (además de escribir) a hacer trámites que antes hacía a las corridas y ahora uso como material de estudio, así que esa mañana salí temprano a ver si las colas en EDESUR eran tanto o más interesantes que las de METROGAS. Me puse los auriculares, buena música (cuando hago trámites siempre escucho a Kurt Cobain para convencerme de que el mundo es así para que exista Nirvana, por ejemplo); entre un servicio (¡Ja! ¡Qué palabra pelotuda en este país!) y otro estuve dos horas fuera de casa. Cuando volví mi abuelo me dice: “Recibiste un montón de correo, firmé yo por vos”; mi abuelo es un santo pero es el típico “huevo de heladera”: vive en la puerta; me filtra siempre al cartero cuando viene y recibe TODO, porque TODO le parece importante; no sabe que las cosas importantes ahora se mandan por mail y no por correo. Cuestión generacional, pero vamos a lo importante. El hecho de recibir correspondencia es siempre un vértigo porque es un síntoma de que el sistema no nos ha olvidado, de que alguien pensó en enviarnos algo. Nos dejamos llevar por la magia del sobre y el mundo epistolar nos atrapa al instante. Pero esta vez fue distinto, porque, amigos lectores (los que sean), abrir la correspondencia fue para mí empezar El Cuento de la Buena Pipa, esta vez de la Buena Pipa y las tarjetas de crédito.
PublicidadespublicidadeslapatenteelseguroTelefónica (Edesur y Metrogas ya los había pagado)Cablevisión y … ¡Zas! En el último sobre había algo diferente, era firme como de plástico duro. Lo abrí sin imaginarme que estaba abriendo la caja de Pandora del sistema de crédito en Argentina. Adentro me aguardaba una tarjeta con mi nombre impreso en letras doradas (como para hacerme creer que soy importante) con una carta en la que la Empresa LAPRIMERATELAREGALOLASEGUNDATELAVENDO S.A. me entregaba sin costos adicionales ni de renovación esa tarjeta de crédito que yo no había pedido. Para hacer todavía más absurda la situación, en la carta que acompañaba al plástico me decían que dada mi solvencia crediticia (jajajajajajajajajajajajajajajajajaja, paren paren… me tenté, uhuhu, ¡me voy a hiperventilar!, sigo) dada mi solvencia credi- jaja- ticia, me daban un límite de crédito bastante amplio y un préstamo preacordado al que podría acceder sólo con levantar el teléfono. ¿“Preacordado”? ¿Preacordado con quién? Si yo no había acordado nada con nadie y menos recibir un crédito que no podía pagar y una tarjeta que no iba a usar. ¿Habría otra de las mías (a lo mejor la multipolaridad de mi tía Laura era contagiosa), una que seguía trabajando y que había acordado con alguien tener una tarjeta de crédito y la muy guacha me dejaba el fardo a mí, porque mi domicilio figuraba en su D.N.I.? Me había adentrado en La Buena Pipa de los sistemas de crédito bancario y sus apéndices, las tarjetas, sin darme cuenta. Mientras me acordaba de mi abuelo y sus favores a la hora de recibir la correspondencia, empecé a marcar el número de atención al cliente que figuraba en la carta para cancelar la adquisición de la tarjeta que había heredado por pertenecer al sistema (o haber pertenecido) con la convicción de que una vez informados de mi negativa me harían romper la tarjeta y yo podría volver al limbo del pago CASH. Es increíble pero no aprendo más, a veces pienso que poseo cierta “virginidad bancaria” que me impide pensar que las cosas se van a complicar, especialmente cuando no dependen de mí.
Buenos días, soy Menganita en qué puedo ayudarle”, (cual cassette), Menganita me daba la bienvenida al sistema y yo: “Hola, mirá llamo para cancelar una tarjeta de crédito que me llegó pero que no pedí jamás” y Menganita: “¿Usted la recibió?” y yo: “No, mi abuelo” y Menganita: “Pero firmó la recepción del envío”; yo: “Sí, mi abuelo la firmó” y ella: “Entonces ya adquirió la tarjeta de crédito”, yo: “Pero yo no la pedí” y ella: “Pero alguien firmó que la recibía”, yo: “Sí, mi abuelo”; Menganita: “Bueno, entonces que disfrute de los beneficios de LAPRIMERATELAREGALOLASEGNDATELAVENDO S.A.”, y yo:” Nononononono, pará, yo no quiero la tarjeta , quiero cancelarla”, Menganita: “Pero la recibió, la aceptó”, y yo: “Mi abuelo la aceptó”; entonces Menganita me dice: “La tarjeta es suya, para cancelarla debe ir a la sede central que queda en Lomas del Mirador con el D.N.I, la tarjeta, una radiografía de tórax que no tenga menos de tres meses y con su abuelo, que fue el que firmó la recepción del envío, si no, no la use pero tendrá que pagar una pequeña multa de 150 pesos por no usarla.”
¡¡¡Me contó el Cuento de la Buena Pipa y yo… la ayudé!!! Indignada y tratando de no cruzarme con mi abuelo para no hacerle un harakiri con la tarjeta de crédito, me senté en sillón de la gata (le pedí permiso, obvio) y en ese momento recordé la pesadilla de la noche anterior. Sucede a veces que uno no recuerda lo que soñó hasta que algo pasa en el día y actualiza el sueño. Otra vez la imagen de la tarjeta de crédito persiguiéndome se me vino a la cabeza y ya no pude dejar de pensar que los años me habían dado como a Plácida Linero (la madre de Santiago en Crónica de una muerte anunciada de García Márquez) el poder de leer los sueños ajenos y no interpretar los míos; pero si eso era cierto… ¿qué mierda significaba el camisón con el rosado amiguito de Winnie Pooh?
No quise pensar más y salí. Ansiaba que una lobotomía de urgencia me sacara la angustia de seguir pensando que, o tenía que pagar los 150 mangos o hacer una excursión hasta Lomas del Mirador con mi abuelo en “días hábiles y horario de atención al público (de 8 a 13)”; así que caminé un buen rato hasta que me paré frente a la vidriera de la librería a la que voy siempre. Mafalda me miraba desde la tapa de una nueva Edición Aniversario y entré. Me estaban envolviendo el ejemplar cuando la empleada me preguntó automáticamente: ”¿Efectivo o tarjeta?”. “Tarjeta”, le contesté resignada. Creo que todavía lloraba cuando me senté en el banco de la plaza para ver si Mafalda me ponía una “curita en el alma” y me despertaba del mal sueño de la Buena Pipa y las tarjetas de crédito.

5 comentarios:

La tía Laura dijo...

¡Cómo hiciste reír a la tía! Lautaro, Manuela y Fidelio Lucrecio(la última adquisición gatuna de la familia) me miran como si fuera un extraterrestre, a las carcajadas frente a la compu. "No exageres, mamá", me dicen mis hijos. "No se mueva, doña, que me despierta", ronronea Fidelio resignado a tener que estirarse para entregarse otra vez a Morfeo. Me digo que seguro él no sueña con camisones rosas ni con el pelotudo de Winnie Pooh. La verdad es que no podía parar de reírme, no podía dejar de imaginarme el rally a Lomas del Mirador con tu abuelo a cuestas, culpable de haber recibido un correo no deseado con virus infecciosos provenientes de los grandes grupos económicos para reventarnos la vida. ¡Lástima que el spam no funciona con el correo tradicional como con el electrónico!
¡Insuperable la buena pipa de hoy!
Besitos.
La tía

razondelgusto dijo...

Lo más lindo de "La buena pipa" de hoy es que me pareció escucharte. Te vi, paradita, contando estas historias delirantes que me hacían reír hasta llorar y ponerme toda colorada...
Muchas referencias autobiográficas, hasta secretos como la remera del Che... las anécdotas de tu abuelo... me divirtió muchísimo.
Un beso ,Nati. En cada entrega escribís mejor!!!

florcis dijo...

Hola profe soy alumna del prof del verbo divino. Me rei mucho con lo que escribio, pq me siento totalmente identificada con menganita porque trabajo en un call center, es cierto que tenemos el casette incorporado, las tarjetas de credito son un carma te funden, la entiendo. Bueno me voy al blog de lenguas clasicas porque sino no la apruebo ni ahi.
Es re grosa escribiendo. besos nos vemos en las clases.
Florcis.

María Luz dijo...

Maravilloso. Yo también me reí a carcajadas. (Porque hago casi todo lo que hace la tía. Y lo que sigiere el "casi" no remite al gimnasio.)
Estaba ausente sin aviso porque soy una persona con muchas ocupaciones y sin banda ancha.
El público se amplía, ¿verdad? Y las escrituras se mmmultipppplican.

madreenpotencia dijo...

jajaja.... te imaginé por un momento con la tarjeta gigante de santander río, esa que sale el la propaganda, comprando por la peatonal quilmeña en hora pico.... jaja. Muy bueno.
mamá de Cata.