28 abril 2008

La Buena Pipa y La Cofradía del Ovario- Presentación

Así como los días jueves la realidad parece ficción con las andanzas de La Buena Pipa por los insondables caminos del surrealismo argentino, los días lunes nuestro espacio se ocupará del proceso inverso y veremos cómo la ficción se despoja de su característica esencial de mero simulacro (como diría Borges) y se actualiza en determinadas actitudes humanas (con “humanas” me refiero únicamente a aquellas acciones generadas por los bípedos implumes, homo erectus, o algún homo sapiens, pero bajo ningún punto de vista el adjetivo “humanas” cobra visos de piedad o empatía, no no no, nada que ver) Hasta ahora hemos visto cómo la cotidianeidad se transforma en cuento pesadillesco, a veces, para plasmar una realidad que nos vemos obligados a transitar; en esta nueva sección de La Buena Pipa, La Cofradía del Ovario se sienta frente al reproductor de DVD, pone Play y prepara los pochoclos para ver y analizar ciertas películas que para nosotras no terminan en los créditos finales (después del THE END) y trascienden la pantalla para sentarse en el sofá del vecino, o en el banco de la plaza o en el colectivo, para convencernos de que los guionistas no han inventado nada o que al menos no son tan originales como piensan. Cada lunes y siguiendo con la misma línea de La Buena Pipa y el surrealismo argentino, analizaremos una película a partir de hechos reales que pudieran haberle ocurrido a cualquiera de nosotras/os: las/los que leen y quien escribe (aunque en mi caso, confieso que muchos momentos de mi vida ya son parte de los estrenos de 48 hs, esos de la tapa verde, en las estanterías de Blockbuster). Títulos como: Lo que el viento se llevó, Psicosis, Rebecca una mujer inolvidable, Cumbres Borrascosas, Algo para recordar, La novicia rebelde, Una Eva y dos Adanes, El resplandor, entre otros muchos clásicos; y también películas como: Memento, Matrix, El descanso, La maldición del Perla Negra, Sweeny Todd, Reencarnación, Sexto sentido, 15 minutos, El abogado del diablo, Una mente brillante, Los sospechosos de siempre, El Padrino, El club de la pelea, Pan y tulipanes, Los vengadores, Rápido y furioso, Identidad desconocida, X-Men, El Diario de Bridget Jones, La sonrisa de Mona Lisa, Apolo XIII, y muchas otras que irán apareciendo por allí, forman parte de la DVDteca, que La cofradía del Ovario tiene para ofrecerles, siempre desde su particular punto de vista. Comedia, Drama, Acción, Ciencia Ficción, Aventuras, Románticas, de Terror, todos los géneros han convivido con nosotros alguna vez y nos quieren hacer creer que no son más que una ficción parecida a la realidad. Como vocera de la Cofradía, les aseguro que yo, como muchas otras mujeres que conozco (y algunos hombres) ya tendríamos en nuestro haber varios premios Oscar, miles de Globos de Oro y otros tantos Martín Fierro si nuestra vida hubiera estado ternada en la categoría de Mejor Guión Original en la Academia de Hollywood, en nuestros telúricos premios de APTRA o en donde fuere. Hecha la presentación, a esperar el lunes.
CARTELERA VIGENTE EL LUNES 5 DE MAYO DE 2008: MEMENTO

26 abril 2008

Próximamente

El Cuento de la Buena Pipa está ampliando su jurisdicción y próximamente los días lunes nos vamos a dedicar a ese extraño y casi bizarro (a veces) mundo de las relaciones interpersonales: ÉL y Ella, Ustedes y Nosotras, Ellos y Ellas, Hombres y Mujeres, Machos y Hembras, Hombres y Yeguas, Vos y yo... Para eso se ha creado una nueva sección: La Buena Pipa y La Cofradía del Ovario.
Por lo demás, los días jueves seguiremos ocupándonos del surrealismo argentino y las anécdotas de la Buena Pipa.

24 abril 2008

La Buena Pipa y los títulos habilitantes

Como muchos verbos en Lengua Española, HABILITAR tiene dentro de su familia de palabras un sustantivo y un adjetivo (habilitación y habilitante, respectivamente); el primero suele usarse con fines comerciales, legales, jurídicos y especialmente, aburridos; el segundo puede usarse para caracterizar a personas, sucesos, también por ejemplo, a los títulos obtenidos en carreras universitarias, y en ciertas circunstancias (como veremos a continuación) puede resultar un adjetivo digno de un patético grotesco criollo. Pero ya sea, verbo, sustantivo o adjetivo (y aquí terminan las referencias gramaticales porque quiero que sigan leyendo sin dormirse en el teclado) el significado esencial de habilitar es PERMITIR. Si uno obtiene algo “habilitante” ese algo le “permite” ejercer determinado derecho, trabajar en determinado sector, etc. El problema comienza cuando durante años creímos estar habilitados para “algo” y luego en una oficina pública repleta de papeles que alimentarían las ratas de varios puertos, nos enteramos de que no estábamos tan habilitados como suponíamos. Sin lugar a dudas, es en ese preciso instante en el que comienza para nosotros, los “inhabilitados” que no sabíamos que lo éramos, un paradójico Cuento de la Buena Pipa y los títulos habilitantes. Por eso, esta semana nos vamos a dedicar a estudiar el fenómeno a través del cual una persona habilitada para ejercer su profesión, necesita “reconvertirse” en lo que ya es para poder seguir siendo lo que ya era. ¿Trabalenguas? No, amigos lectores, toda una absurda realidad que, obviamente, vive en mi casa. El hábito no hace al monje, dice el refrán popular, sin embargo, sería justo agregarle que el D.N.I. tampoco lo hace más monje de lo que ya era cuando le dijeron que podía ser monje y lo fue durante doce años hasta que alguien le dijo que la sotana le quedaba chica. HOY Lugar: Consejo Escolar de una Localidad X de la Provincia XX (no sigo agregando X por temor a que inhabiliten este espacio por considerarlo no apto para menores) Tiempo: este preciso instante (cualquier momento es bueno para que en una oficina así le digan a uno que debería haberse dedicado a otra cosa para hacer lo que ha estado haciendo desde hace años) Protagonistas: futuros e inconscientes docentes inhabilitados y quien esté detrás del mostrador del lugar al que hemos llegado confiados en que estamos capacitados para el trabajo porque tenemos un título que nos “permite” ser lo que somos (algo así como el monje y su hábito) Entrar en una oficina en la que se tejen y destejen (¡pobre Penélope!) los hilos de la legislación docente, es por demás arriesgado. En primer lugar, debemos saber, amigos inhabilitados, que el cincuenta por ciento de quienes están detrás del mostrador, están ahí porque no pueden estar frente a un curso dando clases. ¿Saben por qué? Porque deben realizar “tareas pasivas” ya que se encuentran inhabilitados (psicológicamente, en la mayoría de los casos) para poder pararse frente a una turba de adolescentes hormonalmente descarrilados. En segundo lugar, porque el otro cuarenta y cinco por ciento ha ido “paseando” por distintas dependencias públicas docentes de la provincia en cuestión porque nadie encontraba realmente para qué cuernos estaban habilitados; y en tercer lugar, porque el cinco por ciento restante es la mínima porción de personas capacitadas para atender los reclamos y en la gran mayoría de los casos son especialmente antipáticos, característica que, irónicamente, los habilita para el puesto. Una vez que ingresamos allí, munidos de nuestro Currículum Vitae (con la ilusa idea de que alguien lo va a mirar) ha comenzado para nosotros el Cuento de la Buena Pipa y los títulos habilitantes. PERSONA HABILITADA PARA ESTAR DETRÁS DEL MOSTRADOR: ¿Para qué te vas a anotar? FUTURO INHABILITADO: Para dar Clases de Literatura en el Polimodal (viejo secundario con alguna variación dialectal) PERSONA HABILITADA PARA ESTAR DETRÁS DEL MOSTRADOR: ¿Título? FUTURO INHABILITADO (orgulloso de sus seis años de Universidad): Licenciada en Letras. PERSONA HABILITADA PARA ESTAR DETRÁS DEL MOSTRADOR (sonriendo de costado, moviendo la cabeza de un lado a otro como diciendo “mirá esta pelotuda lo que quiere hacer”): No, mami, pero si querías dar Literatura, tendrías que haber estudiado otra cosa. “Otracosaotracosaotracosa”dijo, ¿Química, por ejemplo? Claro, si quiero dar Literatura es evidente que el Estado quiere que yo sepa cuál es la composición química del veneno que se tomó Romeo en el Acto V de la tragedia de Shakespeare, cuando todos sabemos que con lo nabo que era debería haber muerto en lugar del simpático de Mercucio en el Acto III. Claro, para dar Literatura tendría que haber estudiado Química. La cabeza comienza a girar en falso, se escuchan los cascos de los jinetes apocalípticos, el cielo se oscurece, tal vez un eclipse ayude a dramatizar mejor el momento lapidario en el que alguien nos dice que lo que estudiamos y ejercimos durante años NO SIRVE porque no tenemos Título Habilitante en la docencia. Las reacciones, llegados a este punto, pueden ser dos: la risa histérica o el desmayo; ambas con consecuencias desastrosas si acaecen en la oficina en la que estamos porque la persona que nos atiende está “ habilitada para estar detrás del mostrador” y no adelante, así que lo más factible es que ni se percate de nuestro colapso y diga “¡El que sigue!”, porque en estas oficinas son muy respetuosos de los títulos habilitantes y sus jurisdicciones. Si logramos superar con éxito el terrible momento en el que se desmorona nuestra vida laboral, accedemos a una nueva pregunta (obviamente después de sacar el número que perdimos por tratar de entender por qué estábamos donde estábamos y para qué mierda habíamos estudiado lo que habíamos estudiado) y comienza una nueva aventura: entender lo que nos está diciendo la persona habilitada para estar detrás del mostrador. La cuestión es simple: con el título de Licenciada (que en la Edad de Oro de la Educación, habilitaba para dar clases en la Universidad, en los profesorados y en los Magisterios, es decir que podía ayudar a formar a futuros Licenciados, profesores y maestros) y habiendo ejercido la docencia durante doce años, la única opción que nos queda para poder seguir trabajando, es asistir a un curso en el que un/a maestro/a o en el mejor de los casos, un/a profesor/a, debe explicarnos a nosotros cómo ser profesores, cómo pararnos frente a un curso, cómo lograr el interés de los tiernos párvulos, cómo lograr que se queden sentados, que no se maten, que no practiquen Kick Boxing en la clase de Literatura, en definitiva, cómo ser lo que éramos antes de enterarnos de que no estábamos habilitados para ser lo que somos. ¡La Buena Pipa, amigos, la Buena Pipa se fumó mi título habilitante! Por último y si es que queremos asegurar nuestro futuro laboral, nos resta a todos aquellos inhabilitados, respirar profundo, comprar antiácidos y sentarnos durante un año y medio en un aula cualquiera para que alguien con título habilitante (de quien, tal vez, fuimos profesores) nos explique cómo llegar al nivel esperado por la Provincia XX para obtener la rehabilitación del título que teníamos. Es decir profesores o maestros convirtiendo en profesores a quienes los convirtieron en profesores. No, no se rían, no es una joda para Videomatch, no hay cámaras ocultas en el blog. Es así, así de simple, absurdo, grotesco, patético, irrisorio y buenapipesco... No sé por qué, pero de pronto recordé a mi profesora de Biología del viejo primer año del Secundario cuando nos explicaba la cadena alimentaria básica: La liebre se come a la zanahoria, decía y a la liebre se la deglute el puma. ¡Cómo cambiaron las cosas en estos años! Ya ni las cadenas alimentarias se respetan: hoy en día, para que el puma esté habilitado para comerse a la liebre, la colorida hortaliza debe explicarle al felino cómo ser una buena zanahoria.

17 abril 2008

La Buena Pipa y la reestructuraciones empresariales

¿Yo reestructuro?, ¿tú reestructuras?, ÉL REESTRUCTURA, ¿Nosotros reestructuramos?, ¿vosotros reestructuráis?... ELLOS REESTRUCTURAN. Así empieza mi Cuento de la Buena Pipa de esta semana. Analicemos en primer lugar la palabra REESTRUCTURACIÓN en sí misma: Reestructurar es, en definitiva, volver a colocar una estructura en el lugar en el que ya había una; esto está pautado simplemente por el uso del hiper, archi , mega conocido prefijo latino “re” (que actualmente tiene tanto consenso en el maravilloso e inexpugnable mundillo adolescente, con connotaciones altamente positivas... toda una paradoja, en este caso), estaríamos hablando de volver a estructurar una estructura que ya existía; o sea, en criollo: quitar, remover, reducir, ampliar y obviamente complicar la estructura anterior para dejarla más o menos parecida a la que ya estaba en funcionamiento, sin que esto sea evidente, al menos en un principio. Este condenado mundo globalizado nos ha dado claras muestras de cómo ciertas reestructuraciones empresariales pueden llegar a reestructurarnos la vida y nosotros tan tranquilos. Porque ocurre muchas veces que estos procesos se transforman en un morboso Cuento de la Buena Pipa que sólo disfrutan ELLOS, los que REESTRUCTURAN. Por eso como todos los jueves vamos a darle circunstancias al Cuento de la Buena Pipa del día con el único afán de hacerlo más comprensible a la vista de todos los lectores del Blog: HOY Lugar: cualquier empresa (sólo para ejemplificar, sólo por eso, sin ninguna segunda intención, vamos a tomar hoy una empresa educativa, ésas que, en otros tiempos, algunos ingenuos solíamos llamar con un nombre prosaico, común, trillado: COLEGIO) Tiempo: hoy, mañana, ayer, hace cuatro meses y dos días, etc. Protagonistas: Personas y REESTRUCTURADORES. Vamos a comenzar con la pregunta que hizo famosa a la Buena Pipa adaptada a las reestructuraciones en las empresas: ELLOS:¿Querés que te reestructure? FUTURO REESTRUCTURADO: No. ELLOS: Yo no te dije que no, yo te pregunté si querés que te reestructure...” Y podríamos seguir hasta el hartazgo esgrimiendo respuestas que nada tienen que hacer frente a la implacable Buena Pipa de las reestructuraciones, por eso vayamos al punto central de esta situación de hoy. Como toda empresa, un Colegio Privado se reserva el derecho de admisión y permanencia (de alumnos y profesores, con las diferencias obvias, ya que los alumnos pagan un servicio y a los profesores, les pagan por brindarlo), tiene empleados (antes, en el Beatus Ille de la educación, los llamábamos profesores), tiene mandos medios (Vice-director/res), tiene un Gerente (antes Director) y tiene clientes, es decir, gente que paga por un servicio, en este caso, educativo. ¿Cómo y por qué se reestructura una empresa de educación? Esta pregunta puede llegar a horadar los cerebros más prístinos y preclaros del planeta pero no siempre se consigue una respuesta alentadora.
Suele intentar reestructurarse (si es que existe tal posibilidad) aquello que funciona mal, aquella estructura que está dando pérdidas a la empresa, que no ofrece un servicio de calidad; pero las reestructuraciones, dijimos antes, no dependen de un “nosotros”, dependen siempre de terceras personas (del singular o del plural) y hay que ver qué entienden ÉL o ELLOS por reestructuración. Error 1: creer que no vamos a ser reestructurados, confiar en que sólo se cambia aquello que funciona mal, pensar que trabajar apuntando a la excelencia es siempre condición sine qua non para permanecer en la empresa. No, amigos reestructurados o en vías de serlo, no es así. A veces los cambios radicales que hacen los reestructuradores nada tienen que ver con la realidad; piensan que toda escoba nueva barre bien y empiezan a mover estanterías sin destino y en la mayoría de los casos, sin saber realmente en qué lugar las quieren poner. Por eso...¡Cuidado, posibles reestructurados! En cualquier momento, cuando uno menos lo espera (ésa es la táctica de los reestructuradores profesionales) arbitrariamente y con la excusa de imponer nuevos aires en las viejas estructuras, nos patean el tablero y las fichas caen al suelo y se desordenan; algunas se eliminan, otras se cambian, unas pocas sobreviven dignamente, con algunas hacen enroques maquiavélicos: el alfil pasa a jugar de peón y viceversa, las reinas quedan afuera porque son demasiado poderosas, las torres se caen y algunos se empeñan en juntar los ladrillos rotos que quedaron, el rey sonríe porque a pesar de todo va a seguir siendo rey del tablero que él quiere, los caballos son reemplazados por ponys y pintan los escaques de otro color. Es decir, le lavan la cara al tablero, pero sigue siendo el mismo en esencia, sólo han cambiado algunos rostros. En definitiva, nos han reestructurado y no pudimos hacer nada al respecto. Pero no es éste el único error que los futuros reestructurados cometen antes de saber que van a formar parte del proceso evolutivo (o involutivo según el punto de vista desde el cual se observe a la reestructuración empresarial) de limpiar la empresa, de cambiar de rumbo, de ruta y obviamente, de piloto. Existe otro error, tal vez más garrafal y menos predecible... Error 2: creer que la amistad se lleva bien con las jerarquías. No, posibles reestructurados, no es así, la amistad suele anestesiar las jerarquías pero éstas están vivitas y coleando y salen a relucir en medio de las grandes reestructuraciones. El principio de autoridad que estaba dormido detrás de charlas de diván o confesionario, se despierta ante el primer indicio de cambio y se estira como un gato para estar alerta. Por eso, a desconfiar de los jefes con sonrisa pintada y tonito amistoso, porque son los primeros en querer contarnos el Cuento de la Buena Pipa y las reestructuraciones empresariales. No hay nada más terrible que un inepto con cargo, nada más peligroso que un incompetente con visto bueno para mover estantes que sostenían grandes estructuras. Es más que común que ciertos payasos de pacotilla con delirios de ingenieros, comiencen a reestructurar la casa sin saber nada de edificación (ni de educación, en este caso) y empiecen a reestructurar serruchando los cimientos, creyendo que si los cambian, van a mejorar el aspecto general de la estructura preexistente, sin darse cuenta de que se les puede caer encima en cualquier momento. Lo que ELLOS no entienden, es que Piaget jamás dio clases, que si Rousseau llega a ver a un adolescente, se hace pis encima y que no se puede imponer respeto gritando en veinte idiomas desde arriba de una tarima y señalando con un puntero que se tienen que cortar el pelo o ponerse la camisa dentro del pantalón para formar parte de la nueva cara de la empresa, que a esta altura, ya fue reestructurada. El camino para comprender las grandes reestructuraciones empresariales, es tortuoso y complejo y en la mayoría de los casos, infructuoso, como el Cuento de la Buena Pipa: nadie sabe a ciencia cierta cuándo empezó, si terminó o no, si valió la pena o no; porque en el fondo, ELLOS no nos preguntaron si queríamos escuchar el Cuento de la Buena Pipa y las reestructuraciones empresariales, nos preguntaron si queríamos que nos contaran el Cuento de la Buena Pipa y las reestructuraciones empresariales. Agotador, amigos, extenuante. Dicen algunos que la esperanza es lo último que se pierde pero no sé, creo que hoy veo el vaso medio vacío y no medio lleno y sigo desconfiando de estos grandes emprendimientos de rumbo desconocido. Por eso recomiendo a aquellos que estén actualmente trabajando en empresas educativas, la compra inmediata de un GPS, solamente para saber hacia dónde carajo se dirigen los que manejan los hilos de la conducción académica. A mí, últimamente, las reestructuraciones empresariales se me figuran como un gran Dragón centenario que entre bocanada y bocanada de fuego amenaza con devorarse a la empresa educativa (antes: COLEGIO), sin darse cuenta de que el único animal mitológico que resurge de las cenizas de su fuego es el Ave Fénix; los Dragones, no; ELLOS echan fuego por la boca, después humo y al final, NADA.

10 abril 2008

La Buena Pipa en las Dependencias Públicas

Todavía me acuerdo de mi abuelo diciéndome hasta hacerme saltar la cadena: “¿Querés que te cuente el cuento de la Buena Pipa?” y yo con mis pueriles ocho añitos contestándole “Sí” y él “Yo no te dije que sí. Yo te pregunté si querés que te cuente el cuento de la Buena Pipa” y así ad infinitum usque plus ultra hasta que harta de la Buena Pipa y de mi abuelo, me iba a mirar en la tele a Carozo y Narizota que tenían menos vueltas. Porque el Cuento de la Buena Pipa es eso: la mejor manera de dar vueltas sobre un asunto sin resolverlo jamás y poniendo los pelos de punta al que intenta escucharlo rayando en el sadismo verbal (debería ser un invento argentino, sin lugar a dudas) Lo cierto es que recordando a mi abuelo (que por sí solo también me ponía los pelos de punta) me acordé de su cuentito y no pude más que pensar en lo actual que es el cuento de la Buena Pipa y en que si realizamos un análisis concienzudo al respecto, es posible ver que lo podemos aplicar a varios órdenes de la cotidianeidad que nos rodea. Este Blog se va a dedicar a dar ejemplos claros de este tipo de situaciones. Vamos a dividir a mi Cuento de la Buena Pipa (o al de mi abuelo o al de su anónimo autor, que creo que eligió el anonimato para que no lo hostiguen a tomatazos) en distintas situaciones, vamos a darle un contexto a este “cuentodenuncaacabar”: HOY : Lugar: Oficina Pública Tiempo: en todo momento Protagonistas: los que están detrás del mostrador y yo( este "yo" es de domino público, es fácilmente convertible en un "nosotros"). Cuando uno entra en una dependencia pública y al menos ha tenido un despertar amable, o se ha preparado psicológicamente desde la noche anterior para embestir contra la burocracia estatal y el mate con bizcochitos de grasa que impregna el ambiente en dichas oficinas, seguramente entrará tratando de hacer amigos. Nadie olvida a Flora, la empleada pública de Gassalla. Continuemos, decía que uno trata de ingresar en el Sacro Recinto del papel al pedo con toda la buena voluntad de la cual uno es capaz a esa hora de la mañana y después de permanecer en una cola sin norte durante al menos hora y media. El primer paso es acercarse al mostrador tratando de que una brisa o respiración fuera de lugar no intimide al empleado/a que está detrás del mostrador y de quien depende nuestro trámite (porque en este país, los castings para atención al Cliente en oficinas públicas se hacen en el C.O.C.O, Centro Oficial de la Cara de Orto), después del primer acercamiento es indispensable una sonrisa, pequeña, que no se note demasiado porque tampoco deben creer que tienen la sartén por el mango aunque sea así, no tienen que saber a ciencia cierta que nos tienen a su merced. Cuando el contacto visual ya fue realizado y no se ha producido ningún ladrido, es el momento de hacer la pregunta, lisa, llana, sin volteretas (es indispensable anotarla en un papelito y memorizarla) para evitar que el empleado/a tenga que preguntarnos nuevamente, porque la necesidad de una repetición pone en serio riesgo la culminación exitosa del trámite en cuestión. Si pasamos esta instancia, hemos avanzado de manera considerable hacia nuestro objetivo. Seguramente el gurú del mostrador de Informes (así suelen llamarse los primeros mostradores que visitaremos en este largo derrotero de escritorios mal pintados) nos enviará al segundo paso, comenzar el trámite propiamente dicho. En la segunda mesa frente a la cual nos sentaremos (eso en el caso de que hubiere sillas en la oficina para que la gente descanse un rato, porque a esta altura todos sabemos que hacer un trámite en nuestro país equivale en tiempo real a viajar a Mar del Plata... a pie) nos espera otro Vate, otro Oráculo de Delfos que chequeará si la documentación que controlamos hasta el cansancio en casa, no se alteró en el colectivo o mutó en otro papel que no nos sirva para tramitar lo que hayamos ido a tramitar. En el momento en el que entreguemos los papeles, no olviden quitar la carpetita o folio en el que los hayan portado hasta la dependencia pública. No hay nada que incomode más a un empleado/a que tener que sacar los papeles (que si la estática no nos ayuda se adhieren al plástico) y esto afecta considerablemente el humor de quien dependemos para dar el segundo paso: ingresar la documentación exigida y recibir ansiosos el sonido del sello cayendo sobre nuestros formularios prolijamente completados. Si tenemos suerte y recibimos el sellazo, estamos salvados y podemos cambiar de escritorio, si no (y esto debería leerse con tono de sentencia) ha comenzado para nosotros nuestro Cuento de la Buena Pipa en la Oficina Pública. Ahí vamos: ÉL /Ella: _Te falta el formulario XX, madre. Después de contestar mentalmente “madre de mi hija, no tuya, naba” YO: _Pero, el empleado que me atendió antes me dijo que no hacía falta. Error uno: empezar la oración con un “PERO”, nada de “peros” en las oficinas públicas, ellos no aceptan conjunciones adversativas (léase: pero, no obstante, sin embargo etc.) y es más, los ponen de un humor terrible porque nos tildan en seguida de soberbios y... chau, comenzamos a tener la certeza de que vagaremos por la Dependencia estatal hasta que algún pariente alarmado por nuestra demora nos rescate o el 911 responda a nuestro llamado y con chaleco de fuerza nos lleve al limbo placentero del Clonazepam. ÉL/ ELLA:_ Tenés que ir allá, ¿ves? Donde está esa fila y pedir el formulario XX, pero tenés que tenerlo antes de las trece, porque a esa hora cerramos la atención al público. Ingenuamente, y sin pensar en lo que la palabra “atención” implica en esas geografías, nos damos vuelta y vemos que la fila para adquirir el formulario XX, traspasa la puerta de entrada y llega hasta la pizzería de la esquina. Como el Síndrome de la Resignación del Trámite ya se apoderó de nosotros, nos vamos al final de la cola y aguantamos estoicos el olor a fugazzeta rellena a las nueve de la mañana que casi nunca combina con el café con leche que nos tomamos antes de salir y como el Ricardo III de Shakespeare daba la vida por un caballo, nosotros, la daríamos gustosos por un retrete. Tres horas después, (cuando ya llamamos al trabajo más de cuatro veces para que nuestro jefe crea ciertamente que no nos hicimos una escapada a la Costa si no que viajamos baldosa a baldosa durante horas para recorrer cien metros desde la pizzería hasta el mostrador en el que se adquieren los formularios XX), nos faltan tres personas para llegar a conseguir el formulario XX y...SE CAE EL SISTEMA. Siempre me pregunté cómo es que un sistema se cae, y si lo hace ¿a dónde va cuando se cae?, ¿por qué es imposible levantarlo hasta el día siguiente?, ¿necesitan la intervención de un forense, de un Fiscal?
El empleado que deambula arreglándose la camisa en el pantalón detrás del mostrador donde se adquieren los mencionados formularios anuncia que tenemos que esperar.
Doce horas cincuenta minutos, y el sistema debe tener fractura expuesta de tibia y peroné porque si no, no se entiende cómo no se ha levantado todavía.
De pronto, una luz al final del túnel, sí, no estamos muertos, no es un documental de Infinito, ha vuelto a funcionar el sistema público. Llegamos al mostrador y el empleado que se encarga de entregar los formularios XX nos dice que para ese trámite no necesitamos el formulario XX. Corriendo casi, atropellando gente, saltando ancianos y niños de tres años que no paran de pedirle a la madre una moneda (con lo que cuesta conseguir una moneda en estos días) para probar la máquina expendedora de gaseosas, sin ánimos de protesta y antes de que bajen metafóricamente las cortinas en el escritorio en el que el gurú de la documentación nos dijo previamente que debíamos conseguir el formulario XX, volvemos al escritorio dos y le decimos:
YO: _El empleado que entrega los formularios XX me dijo que no lo necesito para este trámite.
Error dos: nunca debe decirse que otro empleado/a contradijo la orden del vate de la documentación; esto genera un conflicto jurisdiccional de poderes internos que nos arrastran al Averno en segundos. ÉL /ELLA: Yo no te dije que tenías que tener el formulario XX, yo te dije “Tenés que tener el Formulario XX, madre” El reloj marca la una de la tarde en ese preciso instante y con una sonrisa , el empleado/a nos dice: ÉL /ELLA:_ Volvé mañana. Acabamos de protagonizar el Cuento de la Buena Pipa y nosotros ni enterados, guardamos los documentos en el folio, salimos sin el sello, sin el trámite y con una acidez en el estómago del tamaño del Amazonas porque estuvimos casi hora y media frente a la pizzería de la esquina y nos sacudimos una de morrones y mozzarella a las diez y media de la mañana para calmar la angustia oral que nos ha generado la espera del formulario XX que no necesitábamos para completar el trámite que habíamos ido a realizar.