15 mayo 2008

La Buena Pipa en la cola del supermercado

Tengo una tía Laura, a quien la cadena se le salta cada dos cuadras, que se brota en las colas de los supermercados y como para desgracia mía tiene celular, cada vez que está encolumnada detrás de tres o cuatro changos repletos de las ofertas del día, me manda mensajes de texto describiéndome la situación. Yo creo que la tía lo hace para canalizar sus ansias homicidas, pero su desesperación traducida en SMS, ha disparado en mí la necesidad de contarles este nuevo Cuento de la Buena Pipa en la cola del supermercado. Es curioso pero en los súper hiper o maximercados existen todo un catálogo de conductas que es importante observar para comprender por qué puede transformarse en la Buena Pipa del día.
Hay gente que va al súper de excursión. Sí, existen aquellos especímenes casi incunables que programan la salida, se visten para la ocasión, se hacen un fixture de ofertas y además un circuito diagramado de manera tal que no quede góndola sin visitar. Entran con su changuito (al que custodiarán como los templarios al grial), mapa en mano y a una velocidad que no supera la peor performance de una tortuga parapléjica, caminan por el salón de ventas y entorpecen el camino de otros clientes que han ido a los pedos a buscar una lata de Nido y una bolsa de pañales porque el bebé les ha quedado muerto de hambre y sin cambiar.
Otra clase de personas, en la mayoría de los casos miembros del Club Cocoon (aquellos que han enterado ya cómodos en la tercera edad y recuerdan siempre épocas mejores) van por los pasillos del supermercado escrutando las góndolas, mirando los precios, comparando con ofertas con las de otro supermercado al que asistieron antes y se detienen a cada paso (según cambie la marca o el producto) a protestar. Este tipo de ejemplar es el eterno candidato a la charla, al intento vano de arreglar el planeta desde la cola del supermercado y a comentar en el éter, para que alguien cace la posta y le responda, todos los aumentos que tenemos que soportar. Sin lugar a dudas son los candidatos más promisorios a la Revolución Geriátrica (aunque Robespierre en 1789 se les hubiera cagado de risa en la jeta), se van juntando y como si fuese una clave o un código que los marca como miembros del Club inician las conversaciones siempre de la misma manera: “Se dio cuenta (los Cocoones jamás se tutean, tienen una idea del respeto bastante particular) de que ANTES…” Y ahí inician el viaje en un tranvía imaginario a épocas que casi siempre son Jurásicas en las que no existían los supermercados y por eso no tenían que padecer los cambios de lugar en las góndolas. Están también los que hacen las compras para todo el mes y además de llenar dos changos, van haciendo mentalmente el cálculo de lo que suponen que van a consumir en treinta días, y obviamente se toman su tiempo frente a un paquete de rollos de cocina o a un pack familiar de Carefrees, son estos los más peligrosos en un supermercado porque tienen gente que trabaja para su beneficio y hacen la cola mientras ellos van vaciando góndolas y cuando nosotros nos colocamos detrás de alguien que tiene dos o tres pavadas al rato caen dos changos repletos y los diez minutos que íbamos a tardar, se convierten en cuarenta y cinco. Sin embargo creo que no hay nada peor que aquellos que van al supermercado con toda la cría. Ponen dos en un chango, llevan el carrito del bebé y pretenden circular onda Familia Von Trapp por el pasillo que separa una estantería de la otra. Los chicos corren, te chocan, te pisan, te castigan el tendón de Aquiles con el changuito que los padres (para que no rompan las guindas) les dejan llevar y salís del súper como si hubieras ido a una clase de Fight Do (a las que también va mi tía, la de los mensajes de texto, tal vez preparándose para estas situaciones) y no tenés ni ganas de preparar la cena que ibas a preparar antes de entrar en el supermercado. Hasta aquí lo que ocurre en el interior del salón de ventas, entre las góndolas, pero el verdadero problema, el problema que le ha dado título a la Buena Pipa de hoy es el momento de llegar a la cola de las cajas en el supermercado al que hayamos concurrido. Llegamos a las cajas ya resignados, vamos midiendo el largo desde atrás. Evaluamos la cantidad de gente y lo que llevan en los changuitos: si tienen sólo botellas, si hay muchos productos repetidos, se ahorra tiempo; si lleva cajas, pasa rápido; si lo que tiene es mucha carne va a tardar porque el código de barras se moja siempre y se rompe y la cajera tiene que digitar uno a uno los numeritos debajo de los palitos del código del peceto (en este punto, la salida de compras se transforma en un sistema de estadísticas y probabilidades que nunca salen como estaba estipulado) Otras posibilidades son distribuir entre los que hayan ido lo comprado para poder ir en tandas de tres a la caja de “Máximo 15 unidades” y hacer más rápido. Entonces el primero que paga le da el vuelto al que está atrás y la cajera sabe que hecha la ley hecha la trampa así que nos mira y vuelve a preguntar “¿Tarjeta o Efectivo?” Si tenemos suerte pasamos, pero nosotros no solemos tener esa suerte. Después está la caja que dice “Prioridad embarazadas” y uno piensa, “¿Cuántas embarazadas habrá haciendo compras hoy, viernes a la tarde?”. Bueno, pues resulta que al parecer o la gente pare como conejos o el verano es propicio para las germinaciones o simplemente salieron todas del mismo consultorio ginecológico y decidieron ir al supermercado en patota a complicar la existencia de los que como nosotros, no teníamos nada en el freezzer y salimos de raje a comprar algo para picar. Finalmente nos decidimos por una caja que no dice “15 unidades” porque están todas repletas, nos quedamos en una común porque el de adelante no tiene tantas cosas. Comenzó el Cuento de la Buena Pipa en la cola del supermercado. Diez minutos y nada, no se mueve ni medio metro la cola. Al lado ya pasaron tres embarazadas cuyos changuitos parecen refugios antiaéreos. Veinte minutos, la señora que estaba adelante nuestro va a pagar con tickets, la compra equivale a unos 300 pesos y los tickets son de cinco pesos cada uno. Tenemos para un buen rato. Cuando por fin estamos por sacar las cosas del changuito, las cinco cosas que compramos para la cena rápida del viernes, la cajera pone un cartel de mierda que dice “CAJA CERRADA”, masticamos la ira, trabamos los maxilares con amplios deseos de estamparle en la cara el cuarto de parmesano y el cantimpalo que íbamos a llevar y nos dice que pasemos a la caja de al lado. Al lado hay un hombre peleándose con la esposa porque la mujer compró la panquequera que estaba en oferta y él sabe perfectamente que ella no cocina ni un huevo duro porque la última vez que lo intentó, lo quemó. Discuten y no sacan las cosas del changuito. Los minutos pasan y la cajera comienza a impacientarse, “¿Tarjeta o efectivo?” repite unas cinco veces hasta que la mujer la mira pulverizándola y le contesta: “Tarjeta”. Sacan uno a uno los productos que compraron, incluida obviamente la panquequera y cuando ya no queda nada y pensamos inocentemente que es nuestro turno que saldremos del supermercado en unos minutos porque solo tenemos una gaseosa, dos cervezas, el parmesano y el cantimpalo, la cajera anuncia que la computadora no toma la tarjeta, que va a ir a otra caja a ver si “pasa”. Cuarenta minutos, a dos cajas de distancia el Club Cocoon ya arregló la macroeconomía y asesoró a quienes los rodean sobre qué hacer con los plazos fijos y los créditos hipotecarios, la caja de embarazadas está libre. Agarramos con las manos las pocas cosas que íbamos a comprar y salimos corriendo, ajenos ya a la ética de la fila, a la moral de la espera sin sentido y nos lanzamos sobre la caja de “Prioridad embarazadas”. Llegamos, las papilas gustativas ya saborean el parmesano y cuando terminamos de apoyar las cosas sobre la cinta de goma de la caja, así, por detrás aparece una tropilla de embarazadas agarrándose la cintura. Levantamos todo antes de escuchar a la cajera y nos vamos sin comprar nada, con hambre, acidez y un malhumor antológico a disfrutar del viernes. Padecimos el Cuento de la Buena Pipa en pleno supermercado y al menos estamos vivos.
Ya en casa, resignada y mientras busco en la heladera el teléfono de algún delivery que logre acercarme algo de alimento a las nueve y media de la noche de un viernes, medito seriamente el hecho de quedar embarazada para evitarme viernes de locos en el supermercado. Después de todo lo único que me resta es comer algo, arreglarme un poco y decir al primer buen mozo que aparezca: “Hola, ¿qué tal? Estoy ovulando y no quiero hacer más colas en el súper.”

8 comentarios:

razondelgusto dijo...

¡Qué divertido! Yo odio los supermercados y las colas... Alguien me enseñó las delicias de Coto digital, y cuando tengo apuro voy a los chinos... Aunque no sé porqué a veces me olvido y voy como una tonta a l supermercado en persona, por ejemplo después de una cansadora clases de gimnasia... y sí, caigo en las mismas terribles penurias que vos nos contás con tanto humor. Eso sí, yo soy de las estoicas, de las que una vez que llegué a la cola me aguanto las absurdas esperas, entro en cólera y hasta pido libro de quejas, pero después del tiempo que sea me voy con el cantimpalo y el parmesano, la gaseosa y las dos cervezas a mi casa. Yo nunca renuncio a nada, ni siquiera a la cola del supermercado...
Qué bárbaro, la buena pipa se aplica a casi todas las benditas costumbres argentinas.
Te mando un beso

La tía Laura dijo...

No, no, no... Vos sabés muy bien que la tía JAMÁS pisa un supermercado. Esa vez, la de los mensajitos estaba ahí por accidente. Resulta que entré a una galería y cuando quise volver a la calle, me perdí, creo que salí a otra calle desconocida, así que, cual Teseo en camping municipal, traté de volver sobre mis pasos pero no los encontré (a mis pasos, claro). Y de pronto estaba allí detrás de un carrito lleno de cosas que, a su vez, estaba detrás de otro carrito lleno de cosas que, a su vez, estaba detrás de otro carrito lleno de cosas que, a su vez.. (me parece que esto ya lo dije, ¿no?) La cuestión es que me vi de pronto, preguntándome qué carajo hacía allí. Sabés, Nati, últimamente me pregunto tan seguido y en tantos lugares diferentes qué carajo estoy haciendo allí... Los lugares se desubican a veces...
Bueno, que por eso te mandé los mensajitos, porque después de todo ¿qué es de la tía Laura sin Nati?
Ahora... hay algo que no entendí... ¿Por qué decís que se me salta la cadena cada dos cuadras? ¿A qué te referís con cuadras?
Besote.
La tía.

Anónimo dijo...

Nadie podría describir mejor las penurias de las pobres infelices que no tienen un marido... como la tia Laura.... que le gusta ir a hacer las compras!!!!

Yo tampoco entendí muy bien porque decís que a la tia Laura se le salta la cadena!!!! jaja

Lidia

Manú dijo...

Acabo de llegar del supermercado y en el historial

Anónimo dijo...

te entiendo.
Agregaría solamente si me lo permitís , el trayecto Changuito-escalera mecánica-baúl del auto (con los panes lactales aplastados )domicilio,piso, y acomodamiento de todo... pero creo que esto da para otra nota.
Un besoLlegué del super y vi en el historial tu blog y me tenté...
Lo de la familia Von Trapp fue como mucho... para ese ámbito ... pero

Anónimo dijo...

Corrección: el texto de arriba quedó desfigurado por no se que corno . Empieza en : "Llegué del super...pero te entiendo ...firmé anonimo pero quería firmar Eduviges Recargada y este teclado que no anda y la p uta madre que lo parió
Un beso ...

Nacho Mazariegos dijo...

Cola de supermercado = catábasis

Y cuando tienen que extraer el dinero de la caja te comes unos minutitos mirando a la cajera como si fuera tu némesis.

Buenísimo! (el blog, no la cola de super, se entiende)

Saludos
Nacho M.

madreenpotencia dijo...

si si.... soy una de las que se aprovecha de su estado embaraszcístico para zafar de estas colas..... ¡y lo disfruto!!! ¡cuanto más larga mejor!!!!! (la cola de supermercado "prioridad", esta claro)Sin embargo, como la buena pipa lo confirma, tuve que pelearme unas cuantas veces con cocoones que se acordaron cuando me vieron de su operación de cadera, de los consejos del médico de no permanecer parados más de 10 minutos.... o de aquellos que miran para otro lado o intentan tapar tu panza de los ojos de la cajera... y a la larga terminás dejando pasar a los cocoones, con tal de no escuchar sus quejas, y a los que se hacen los boludos, porque llegás a comprender (y a reflexionar, ya que hay tiempo, que este grupo pertenece a los de discapacitados sociales por lo tanto "todos tenemos prioridad".
No queda otra.... ¡Cuanta paciencia!!!!!!