07 julio 2008

La Cofradía del Ovario PRESENTA: CASABLANCA (¿Quién quiere a un hombre del sigloXXI?)

No existe un solo miembro de esta Cofradía que no sienta que se le infla con helio el ego femenino con el final de Casablanca. Creo que en el fondo (muy en el fondo y a la derecha) las integrantes de la Cofradía son unas románticas incurables que necesitan volver al amor de los clásicos del cine para recargar las pilas que la realidad les agota (como al conejito de la publicidad de Duracell, pero al que no usa Duracell); porque no conozco a nadie que haya visto Casablanca y que no haya tenido reacción. Amebas o Paramecios Ciliados (sentimentalmente hablando) debe haber por ahí, a quienes nada, ni Ingrid Bergman subiendo al avión con el marido, les mueva un pelo; pero esta película siempre genera emociones, y a nosotras nos genera todas las emociones juntas. Por eso aquí va nuestra interpretación de Casablanca. La ficha técnica ubica su estreno en 1943, en plena Segunda Guerra Mundial. Las connotaciones del título son evidentes en una lectura propagandística del film: una “Casablanca” rodeada de nazis que sale airosa y logra burlar la logística del Eje cuando el personaje de Humphrey Bogart pone en un avión al amor de su vida y a su marido, Víctor Laslo; o la escena en la que frente a la policía nazi, todos cantan la Marsellesa con la mano en el pecho como se canta el Himno Americano.
Sin embargo, poco nos importa a nosotras, el jaque mate a los alemanes. A nosotras nos interesa Sam (el pianista negro, parecido al del Chocolate Águila) tocando de nuevo “Según pasan los años”, una canción que fue el emblema de una generación y que todavía hoy nos pone salada la mirada cuando la escuchamos, porque los años pasan y se llevan en el baúl tantas cosas... Resumiendo: Humbprey, enamoradísimo de Ingrid (que hace su aparición apelando a la memoria emotiva del pobrecillo de Rick, el personaje de Bogart) la ayuda a salvar al marido, en un renunciamiento apoteótico que tiene como marco a Casablanca, una ciudad marroquí que se usa de trampolín para emigrar a EE.UU. Imaginen una historia actual en la que un Fulano al que dejamos, nos ayude a salvar nuestra historia con un Menganito nuevo. Es decir, que nos haga de confidente, que se juegue por nosotras y nos ayude “Según pasan los años”…
Nanananananananana… a mí que me cuenten uno de gallegos que me causan más gracia… ¿O acaso alguna de mis lectoras o alguno de los miembros de la Cofradía conoció alguna vez a un Hombre Casablanca? ¿Existirá ese hombre desinteresado o interesado simplemente en nosotras más allá de los espurios y testiculares intereses característicos de su rango? Una de las integrantes de la Cofradía suele repetir “Yo no soy incrédula, lo que pasa es que a mí, la vida me engañó” y cuando la interrogamos acerca de la existencia de este tipo de hombre comenzó a reírse de manera tal que terminó hiperventilada respirando dentro de una bolsa de papel y ya no pudimos preguntarle nada más. Lo que pasa es que la Cofradía no tiene registros de actos desinteresados por parte de los hombres que conocemos, no podemos imaginarnos a ninguno de los que han transitado nuestros rincones, emocionándose hasta las lágrimas con una canción y , definitivamente, ninguno nos ha cantado con o sin piano el “You must remember when…” de la película, que Sam toca a pedido de Bergman y sin permiso del pobre Humphrey que es un duro con corazón de palomo mensajero. La Cofradía por unanimidad ha llegado a la conclusión de que a los hombres del siglo XXI les falta un marco narrativo para contar historias, es más creo que a Bogart lo ayudó bastante la geografía en la película. Ahora los hombres ni siquiera conversan, mandan SMS o “hablan” por el MSN, el marco narrativo lo dan algunos de los emoticones que usan para “expresarse” (esto en el mejor de los casos); por este motivo, la Cofradía se ha avocado a conseguir una máquina del tiempo que lleve a sus miembros más vapuleados a las épocas de los Hombres Casablanca para que vuelvan a creer en la testosterona más allá de las sábanas y decoren el cuaderno con corazones sin flechas mientras tararean “Según pasan los años” y no “Appetite for destruction” de Guns N' Roses. ¡¡¡Queremos un Hombre Casablanca, pero no para subirnos al avión con Laslo, si no para quedarnos en Marruecos andando en camello!!! La cofradía NECESITA volver a creer que existen hombres así (si son un poco más altos que Humphrey Bogart, mejor) por eso, hoy les dejamos una línea de puntos suspensivos estirados para que pongan allí el nombre de algún Hombre Casablanca, porque nosotras no conocemos ninguno.
Es más, si aparece alguno, prometemos donar una sala completa al Museo de Ciencias Naturales con una réplica a escala de dicho hombre para que comparta cartel con el Tigre Diente de Sable en el ala de especies extinguidas de la mencionada institución.
COMPLETE LA LÍNEA DE PUNTOS (si puede)……………………………………………………………..............
¡Nos vemos la semana que viene!

2 comentarios:

razondelgusto dijo...

Uy, hoy justo hablé de Ingrid Bergman y de Casablanca y mis alumnos me miraron con cara de "pobre,ya se deliró". Qué coincidencia...
La bella Ingrid, igualita a mi suegra cuando era joven, el joven y recio Bogart con su piloto y ese final de porquería que siempre me dio tanta rabia. Porque era y es obvio que la blonda heroína tenía que haberse quedado en Marruecos, como decís vos a pasear en camello, escuchar a Sam todas las noches bebiendo martinis, la manos entralazadas con su tortolito y con un negro que la abanique...
Qué sé yo, por ahí, si se quedaba, empezaba a aburrirse y a verle los defectos a su héroe, Nati, quizás el hombre Casablanca no exista en la rutina de la convivencia diaria, quizás el hombre Casablanca se erige como tal porque tiene el condimento de la nostalgia, el aura de lo imposible, el misterio de lo que no pudo ser.

Anónimo dijo...

Y sí… En esto tiene razón Eleonora. Los únicos hombres casablanca que conozco son los que no fueron, porque una vez que son, se transforman en novios y esposos. Si no, recordemos ese otro ejemplo más moderno pero no menos adorable: el de Clint Eastwood en "Los puentes de Madison": esa escena en la que el pobre fotógrafo, enamorado y empapado bajo una lluvia que llueve como sólo llueve en las películas, espera que la doméstica y encantadora Merryl baje de la camioneta y corra a sus brazos… Todavía hoy me da escalofríos, todavía hoy me dan ganas de entrar a la pantalla para abrirle la puerta y ayudarla a decidir lo que no decidió. ¡Qué escena! Y eso que vos sabés, Nati, que la tía de romántica no tiene más que la parte gótica…
O la del final de "El año que viene a la misma hora", cuando el dulce Alan Alda, que ha quedado viudo, le sugiere a la inocente Ann-Margret que deje a su marido y se vaya con él porque, de otro modo, él se volverá a casar (no hay nada que hacerle: los hombres no pueden estar solos) con alguien que está al tanto de la relación que ellos mantienen clandestinamente una vez por año y ya no podrá verla otra vez… La versión de la época de la dictadura militar terminaba cuando ella se negaba a dejar a su marido de toda la vida y padre de sus tantos hijos y se quedaba llorando a moco tendido arriba de la cama sabiendo que ya no vería más a su otro gran amor (sí, su otro gran amor). ¡Qué bien cuidaban las FFAA nuestra tradición y nuestras buenas costumbres! Más tarde, cuando la volvimos a ver, supimos que él volvía a abrir la puerta para brindarle el famoso saludo que le dio título al filme: "Hasta el año que viene a la misma hora" Y él la elige a ella a pesar de que ella acababa de no elegirlo a él…
Y sí, amigas de la cofradía, tendríamos que aprender un poco de la dulce Ann-Margret...¿Para qué renunciar a uno si podemos quedarnos con los dos? ¿Con el hombre Casablanca y con el hombre John Travolta en "Mira quién habla 2"?
Ahora… eso sí. Si no tenemos a ninguno de ellos, a no desesperar… Y como ya dije en más de una ocasión en este espacio: Antes de estar con un boludazo o resignarnos a "lo que hay en el mercado" (¿Cuántas de nuestra querida cofradía no van por el mundo tristes y mal... con su gran resignación a cuestas?), mejor mirarnos al espejo, ver lo maravillosas que somos sin ellos y decirnos francamente: "¡Qué bueno es estar solas!"
Besitos.
La tía.