29 agosto 2008

La Buena Pipa y los servicios de medicina prepaga

Aprovechando su condición de entidad ficcional, es decir, su categoría de cuento atemporal, de clásico que resiste los embates del reloj, la Buena Pipa decidió participar de un Seminario de Escritura al que asistirían varios personajes literarios de todas las épocas acusados de transgredir las reglas ortográficas y de no narrar/contar/hablar/escribir “ como Dios manda, che”; entre los personajes que encontró la Buena Pipa estaban Azarías en representación del más puro ejemplo de la vida castellana en la ficción: Los santos inocentes; también encontró a Ulises de Joyce alquenoseleentendíanadacuandohablabaporqueno ha cí a pau sas pararespirarysóloparabacuandoseponíaazul; conversó amablemente con la Señora Dalloway de Virginia Woolf, trató de explicarle a Blimunda, el maravilloso personaje de Saramago en Memorial del convento, que los puntos aparte son importantes para ganar un Premio Nobel y se tomó un café con un tal Artemio Cruz que le prometió el oro y el moro hasta que la Buena Pipa empezó a hacerle preguntas y él no supo si responder en primera, segunda o tercera persona y se fue a fumar un puro a la galería de la casa de Nebrija, donde se realizaba el Seminario. El Gramático quería ver si se podía encauzar a estos rebeldones que pensaban que podían pasar por alto un par de reglas.
Así estaba la Buena Pipa, aprendiendo que “la letra con sangre entra”, mientras se comía unos scones que había horneado la profesora Ofelia Kovacci especialmente para el evento, cuando me llamó para que hiciera un relevamiento de los servicios de medicinas prepagas. Ella es así, cuando se embola, se la agarra conmigo y desquita su malhumor contándome cuentos de la Buena Pipa en distintos marcos narrativos.
Me vestí, porque cuando estoy de vacaciones me tengo que operar el pijama para salir del blog, me llevé la credencial de la prepaga en la que me hace los aportes la Buena Pipa (Si se enferma, se jode S.A.) y me fui a hacer unas averiguaciones a la sucursal que me queda cerca de casa.
Dicen que ciertos sistemas sólo se conocen cuando se padecen y una Mujer Marca Acme se toma todo al pie de la letra. Salí con tiempo. Me gusta ver cómo agosto despierta a los ciruelos y los deja florecidos y a la espera; por eso iba mirando el blanco del árbol de la plaza cuando (casi como Deborrah Kerr en Algo para recordar) una baldosa floja se vengó de mi andar desparejo, decidió levantar una de sus aristas que no entendió el rumbo de mi zapatilla y me desparramó en el suelo.
Uno podría esperar que al ver a una mujer derrapando en el piso, miles de manos acudan presurosas a levantarla, a preguntarle con gestos si está bien, si necesita algo. Tal vez las más románticas supongan que como a Blancanieves, un príncipe en rollers la ayudará a sentarse en el banco de madera y la caída terminará en una primera cita. Bueno, eso podría ocurrir, pero no ocurrió.
Al verme untada en el suelo, con pocas probabilidades de levantarme dignamente y recibiendo el escarnio público de ciclistas y tres o cuatro personal trainer que me gritaban “correte boluda”, un ancianito que arrastraba un andador y que intentaba cumplir con la vuelta diaria a la plaza que le había indicado el traumatólogo, me ofreció ayuda. El pobre hombre no tenía la culpa, pero su ofrecimiento fue como una puñalada trapera a mi orgullo y me levanté como si tuviera un resorte.
Rengueando llegué al consultorio del médico. Le entregué a la secretaria el carnet que lo miró y me dijo: “Nonono, para urgencias tenés que ir a la clínica central que tiene tu prepaga, acá no te podemos atender” y yo le pregunté: “¿Sabés cómo llego ahí? Estoy muy dolorida” y ella: “Tomá el tren, combinación con la línea C del subte que si no está de paro, te deja justo en Retiro y ahí te tomás el tren que va a Del Viso y en la Ruta 8, ahí nomás, lo ves desde lejos, tenés el sanatorio de tu prepaga.” Pensé que me estaba jodiendo, pero no. Tenía la rodilla del tamaño del Perú a esa altura, pero me armé de paciencia y viajé hasta el sanatorio en la Ruta 8. Llegué y me presenté en la entrada con la credencial. Otra secretaria (al parecer las secretarias de los establecimientos dedicados a los servicios de salud nunca nos ven como seres de carne y hueso, nos ven cara de credencial, de Plan o de Copago, porque no se entiende tanta apatía cuando ven que si no te desmayás es porque estás segura de nadie te va a levantar) me miró y me dijo: (no piensen que me dijo “Siéntese, ¿le duele?”, nononono nono) “¿D.N.I.?” y yo: “No lo traje pero en la credencial está mi foto”, y ella repitió: “D.N.I.” y yo: “Mmmmm, no lo tengo” y ella: “Bue… voy a preguntarle a mi supervisora si se puede atender igual.”

Media hora después volvió diciendo que harían una excepción conmigo que el doctor me iba a atender. Otra hora y media hasta que el médico salió diciendo mi nombre. Si han estado en situaciones similares sabrán que ese momento es casi único porque indica que en un lapso determinado de tiempo una va a estar en casa tomando un té calentito con galletitas de chocolate. Bueno, el Galeno me hizo pasar, me miró la rodilla y me indicó reposo (jajajajajajajajaja) y una resonancia magnética. Yo le pregunté si no era lo mismo la vieja radiografía y él me miró como diciendo “Cuando el enviado de Dios en la tierra dice algo, los mortales no lo contradicen, ¿OK?” y yo me callé y salí saltando en una pierna porque al revisarme me había torcido la rodilla para un lado y para el otro y volví al mostrador de entrada a pedir la orden para la resonancia.

La secretaria me miró como me miraba la preceptora en el colegio cuando le decía que me sentía mal y que llamara a mamá y con la boca de costado en señal evidente de burla me dijo: “Estas órdenes las tenés que tramitar en la sucursal en la que iniciaste el trámite, linda”; “linda linda linda”, eso y decirme “imbécil” era más o menos lo mismo pero me consolé pensando que la Buena Pipa estaba soportando los embates de Nebrija y su gramática y de Kovacci y sus estructuras y volví a colgarme del tren.

A esa hora a los transportes públicos hay que subir con preservativos porque si una no está embarazada, sale embarazada. La cantidad de gente era tal que tuve que dejar pasar dos trenes antes de poder colgarme de uno de los vagones del tercero que pasaba. Nadie se percató de mi rodilla de elefante y llegué peor de lo que me había ido.

La suerte quiso que todavía atendieran en la sucursal de mi prepaga y entré directamente a sentarme, con tanta puntería que detrás de mí entraron tres embarazadas y dos viejitas embastonadas. Tuve que cederles el asiento porque el guardia de seguridad privada me miraba como a Satán.

Después de un rato en el que la empleada (la única que había porque los demás habían asistido a un curso de Atención a Clientes) trató de explicarle a una de las viejitas cómo llegar a la Ruta 8, me atendieron. Le di la orden y esperé. Ella la miró, me pidió la credencial, volvió a mirar la orden, se fue para adentro, salió y me dijo que mi plan no contemplaba resonancias magnéticas porque hacía menos de un año que me había afiliado y que esos estudios sólo se hacían después del año de antigüedad. Yo le pregunté cómo era posible eso, le dije “¿O sea que la gente no puede romperse el alma en un año? ¡Me sale más barato asegurarme en La Caja!”; ella ni mosqueó y se limitó a decirme “su plan no lo cubre por el momento su plan no lo cubre por el momento su plan no lo cubre por el momento”. Creo que cuando me estaba yendo de ahí, como en “Marionetas S.A.” de Bradbuy, a la empleada le empezó a salir humito detrás de las orejas, pero preferí huir. La Buena Pipa era omnipresente, estaba en todos lados y también en los servicios de medicina prepaga.

No daba más, quería llegar a casa porque ya eran casi las ocho de la noche y había salido a las 9 de la mañana. Tenía la rodilla hinchada, el malhumor inflamado y las gónadas estiradas. Pero decidí que no podía quedarme sin atención médica así que me armé de paciencia y me mandé al Hospital. Entré por la guardia y cuando me atendieron, sentí que el sistema esta vez no me había fagocitado; pero nunca aprendo a cerrar la bocota y le comenté al enfermero que me llevaba a hacerme una radiografía que no había podido hacerme la resonancia porque la prepaga no me la cubría. El tipo se frenó en seco y me dijo que me bajara de la camilla. Yo no entendía nada. Empezó a gritarme y me sacó a patadas del Hospital. Como pude, salí corriendo mientras me gritaba: “¡Chanta, tenés guita para una prepaga y venís acá a ocuparle el lugar a la gente que no tiene un lugar donde atenderse!”

¿Para qué explicarle, no? Terminé resignada como siempre, cuestionándome “qué dios detrás de Dios” empezaba esa trama de absurdos que me tenían prisionera. Recordé las tribulaciones del pobre Job en el Antiguo Testamento y pensé que la había sacado barata después de todo.

Camino a casa, entré a la farmacia a comprar un antinflamatorio. El farmacéutico me miró la pierna hinchada y me dijo: “Se tiene que hacer ver esa pierna, ¿eh?”

Eran las diez de la noche cuando me senté en el sillón que está frente a la computadora con una bolsa de hielo en la pierna. Tenía un mensaje nuevo en la Bandeja de entrada del correo electrónico. Era la Buena Pipa que me anunciaba su regreso del Seminario. Se los transcribo porque yo no lo entendí, a ver si ustedes que son expertos lingüistas me ayudan:

“Llego mañana a la mañana tenés que buscar la ropa en la tintorería del seminario quiero hablar no ahora que tenés para contarme si hiciste o no el relevamiento de las medicinas prepagas como te dije Nebrija está como loco pobre viejo no logra que Ulises ponga un condenado signo de puntuación a las siete de mañana entendido no”

Si alguno sabe dónde cuernos tengo que poner los puntos y comas en el mensaje para saber qué quiere que haga, se aceptan comentarios…como siempre.

Nos vemos la semana que viene (si no me dan turno justo el jueves para hacerme la radiografía de rodilla)

3 comentarios:

La tía Laura dijo...

¡jajajajajajajajajajajajajajajaja
Signos de puntuación... Signos de puntuación... ¿Qué era eso?
En cuanto a la rodilla, eso te pasa por no fortalecer cuádriceps como te aconseja una y otra vez la tía. Indoor o spinning son actividades ideales para eso.
En cuanto a las prepagas... ¡Qué negocio infernal, che! Esos hijos de puta hacen guita con la inseguridad y el cholulaje de la gente y después le dan lo mismo que cualquier obra social
obligatoria!
En fin, Nena, cuidate esa rodilla que es una parte indispensable del cuerpo para... ¡REZAR! ¿Qué creías que iba a decir? ¿eh? ¿Para qué otra cosa pueden ser útiles las rodillas? Te cuento que a la tía, desde que hace spinning, no le duelen más después de haber REZADO tres horas seguidas...
¡jajajajajajajajajajajajaja!

Anónimo dijo...

Hola!!!!!
Por fin regrespó la Buena Pipa!!!!!
Ya me estaba peocupando...

Que quilombo eso de los puntos, coma, puntos y comas y esas porquerías!!!!
VIVA LAS PREPAGAS....
En casa son fundamentales.. sin ellas no tendriamos radiografias a domicilio!! jajaa

Lidia

razondelgusto dijo...

Yo también quiero ir a ese seminario con esos trangresores locos adorables, aunque a Nebrija no me lo banco ni ahí...
El ejercicio de puntuación que te lo resuelva el purista visitante, ése parece que "sabe", o por lo menos está agrandado como si supiera.
En cuanto a las prepagas, mi contribución siempre fue obligatoria y mejor nunca saco la cuenta de lo que me sacan "obligatoriamente" por mes... Toco madera pero las necesito bastante poco, así que casi no las sufro.
Cuidate esa rodilla, nena, como diría la tía... si la buena pipa tiene una base de verdad, espero que no duela mucho y se te pase pronto.
Un beso