Media hora después volvió diciendo que harían una excepción conmigo que el doctor me iba a atender. Otra hora y media hasta que el médico salió diciendo mi nombre. Si han estado en situaciones similares sabrán que ese momento es casi único porque indica que en un lapso determinado de tiempo una va a estar en casa tomando un té calentito con galletitas de chocolate. Bueno, el Galeno me hizo pasar, me miró la rodilla y me indicó reposo (jajajajajajajajaja) y una resonancia magnética. Yo le pregunté si no era lo mismo la vieja radiografía y él me miró como diciendo “Cuando el enviado de Dios en la tierra dice algo, los mortales no lo contradicen, ¿OK?” y yo me callé y salí saltando en una pierna porque al revisarme me había torcido la rodilla para un lado y para el otro y volví al mostrador de entrada a pedir la orden para la resonancia.
La secretaria me miró como me miraba la preceptora en el colegio cuando le decía que me sentía mal y que llamara a mamá y con la boca de costado en señal evidente de burla me dijo: “Estas órdenes las tenés que tramitar en la sucursal en la que iniciaste el trámite, linda”; “linda linda linda”, eso y decirme “imbécil” era más o menos lo mismo pero me consolé pensando que la Buena Pipa estaba soportando los embates de Nebrija y su gramática y de Kovacci y sus estructuras y volví a colgarme del tren.
A esa hora a los transportes públicos hay que subir con preservativos porque si una no está embarazada, sale embarazada. La cantidad de gente era tal que tuve que dejar pasar dos trenes antes de poder colgarme de uno de los vagones del tercero que pasaba. Nadie se percató de mi rodilla de elefante y llegué peor de lo que me había ido.
La suerte quiso que todavía atendieran en la sucursal de mi prepaga y entré directamente a sentarme, con tanta puntería que detrás de mí entraron tres embarazadas y dos viejitas embastonadas. Tuve que cederles el asiento porque el guardia de seguridad privada me miraba como a Satán.
Después de un rato en el que la empleada (la única que había porque los demás habían asistido a un curso de Atención a Clientes) trató de explicarle a una de las viejitas cómo llegar a la Ruta 8, me atendieron. Le di la orden y esperé. Ella la miró, me pidió la credencial, volvió a mirar la orden, se fue para adentro, salió y me dijo que mi plan no contemplaba resonancias magnéticas porque hacía menos de un año que me había afiliado y que esos estudios sólo se hacían después del año de antigüedad. Yo le pregunté cómo era posible eso, le dije “¿O sea que la gente no puede romperse el alma en un año? ¡Me sale más barato asegurarme en La Caja!”; ella ni mosqueó y se limitó a decirme “su plan no lo cubre por el momento su plan no lo cubre por el momento su plan no lo cubre por el momento”. Creo que cuando me estaba yendo de ahí, como en “Marionetas S.A.” de Bradbuy, a la empleada le empezó a salir humito detrás de las orejas, pero preferí huir. La Buena Pipa era omnipresente, estaba en todos lados y también en los servicios de medicina prepaga.
No daba más, quería llegar a casa porque ya eran casi las ocho de la noche y había salido a las 9 de la mañana. Tenía la rodilla hinchada, el malhumor inflamado y las gónadas estiradas. Pero decidí que no podía quedarme sin atención médica así que me armé de paciencia y me mandé al Hospital. Entré por la guardia y cuando me atendieron, sentí que el sistema esta vez no me había fagocitado; pero nunca aprendo a cerrar la bocota y le comenté al enfermero que me llevaba a hacerme una radiografía que no había podido hacerme la resonancia porque la prepaga no me la cubría. El tipo se frenó en seco y me dijo que me bajara de la camilla. Yo no entendía nada. Empezó a gritarme y me sacó a patadas del Hospital. Como pude, salí corriendo mientras me gritaba: “¡Chanta, tenés guita para una prepaga y venís acá a ocuparle el lugar a la gente que no tiene un lugar donde atenderse!”
¿Para qué explicarle, no? Terminé resignada como siempre, cuestionándome “qué dios detrás de Dios” empezaba esa trama de absurdos que me tenían prisionera. Recordé las tribulaciones del pobre Job en el Antiguo Testamento y pensé que la había sacado barata después de todo.
Camino a casa, entré a la farmacia a comprar un antinflamatorio. El farmacéutico me miró la pierna hinchada y me dijo: “Se tiene que hacer ver esa pierna, ¿eh?”
Eran las diez de la noche cuando me senté en el sillón que está frente a la computadora con una bolsa de hielo en la pierna. Tenía un mensaje nuevo en la Bandeja de entrada del correo electrónico. Era la Buena Pipa que me anunciaba su regreso del Seminario. Se los transcribo porque yo no lo entendí, a ver si ustedes que son expertos lingüistas me ayudan:
“Llego mañana a la mañana tenés que buscar la ropa en la tintorería del seminario quiero hablar no ahora que tenés para contarme si hiciste o no el relevamiento de las medicinas prepagas como te dije Nebrija está como loco pobre viejo no logra que Ulises ponga un condenado signo de puntuación a las siete de mañana entendido no”
Si alguno sabe dónde cuernos tengo que poner los puntos y comas en el mensaje para saber qué quiere que haga, se aceptan comentarios…como siempre.
Nos vemos la semana que viene (si no me dan turno justo el jueves para hacerme la radiografía de rodilla)